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Juan Rulfo,
narrador de
amor, nostalgia
y odio
Bianca Eunice Castillo Villanueva |
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Pedro Páramo: el amor inalcanzable de Susana La primera vez que oí hablar de Juan
Rulfo fue una noche iluminada por una luna redonda y blanca en medio del
terregal que levantaban nuestros pasos camino al Petacal, no sé porque íbamos
caminando, yo estaba contenta porque conocería a mi bisabuela y a mis primos
del rancho, aquella tierra en la que había nacido mi papá. Yo pienso que él con
orgullo evocó las lecturas de Rulfo: —mira parece el paisaje de “Luvina”— le
decía a mi mamá, quien en son de broma le contestó: —con que no nos pase lo de
Juan Preciado—, —esas son historias de fantasmas, mejor cállate por que las
niñas se van a asustar.
Ahora
comprendo mejor aquella charla que me dejó tan intrigada ¿y quién era ese Juan
Rulfo del que oí hablar mientras uno de mis primos lloraba porque el camino ya
era cansado?
Ahora
puedo decir que Juan Rulfo era dueño de una sensibilidad tan profunda que
encontraba en las palabras de cada persona los murmullos del alma que se le
expresan sólo al que sabe observar al otro.
Rulfo
nació en Sayula, Jalisco, el 16 de mayo de 1917; su nombre completo era Juan
Nepomuceno Pérez Vizcaíno y falleció en la ciudad de México el 7 de enero de
1986. Fue reconocido como uno de los mejores escritores en lengua española.
Además de escribir el libro de cuentos El
llano en llamas (1953) y la novela Pedro
Páramo (1955), fue guionista, de 1956 a 1959 escribió El gallo de
oro, que se publicaría hasta 1980 y fotógrafo.
Sus
obras han sido ya bastante estudiadas y también han generado otras obras no
sólo literarias, sino musicales, recientemente nos hemos enterado de que la
novela Pedro Páramo será adaptada a
la ópera por los británicos Stephen
McNeff, compositor y por el director escénico Frederic Wake
Walker y planea estrenarse en 2013. Cabe recordar que ya en 2006 se estrenó Murmullos del páramo en Madrid, ópera de
Julio Estrada dirigida por Sergio Vela. Tanto la novela Pedro Páramo como los cuentos de El llano en llamas tienen la cualidad de escucharse a través de las
descripciones narrativas, también son textos que pueden sentirse, es decir,
provocan una reacción en el ánimo de quienes lo leen y en esta ocasión nuestro
interés es revisar cómo se describe el amor en ambas obras.
¿Qué
es el amor sino ese reconocimiento del alma que se conforta en el otro? ¿no es
el amor el que mueve a la vida? Al leer Pedro
Páramo me dejé contagiar por la historia de amor entre el terrible cacique
y Susana San Juan, la mujer que fue el amor de su vida y de su muerte.
Quién
se imaginaría que Pedro Páramo, un hombre inconmovible ante la muerte de un
hijo, pueda guardar un sentimiento tan profundo de amor por una persona. “No
sintió dolor”, afirma el narrador sobre Pedro después de perder a Miguel, su
hijo. Sin embargo, el amor había llegado a Pedro Páramo en la infancia, así lo
recuerda casi al inicio de la novela:
Pensaba en ti, Susana. En las lomas
verdes. Cuando volábamos papalotes en la época del aire […]’Ayúdame, Susana.’ Y
unas manos suaves se apretaban a nuestras manos […] El aire nos hacía reír;
juntaba la mirada de nuestros ojos, mientras el hilo corría entre los dedos
detrás del viento […] Tus labios estaban mojados como si los hubiera besado el
rocío (Rulfo, 1996, p. 18).
Pero
el amor del cacique no es correspondido, así lo sabe el lector por los
murmullos de las ánimas que deambulan por Comala, Juan Preciado y Dorotea
distinguen la voz de Susana San Juan, la de: “La sepultura grande”, “Doña
Susanita”, la última esposa de Pedro Páramo; a través de sus delirios y de
algunos diálogos, nos enteramos de la partida y el regreso de Susana a la Media
Luna, de la fatalidad en la que la sumió la pérdida de su amado Florencio y de
cómo la amó Pedro Páramo.
Le
dice Dorotea a Juan Preciado: “Estoy por decir que nunca quiso a ninguna mujer
como a ésa. Ya se la entregaron sufrida y quizá loca. Tan la quiso, que se pasó
el resto de sus años aplastado en un equipal, mirando el camino por donde se la
habían llevado al campo santo” (p. 103).
Pedro
Páramo se pasó buscando el rastro de Susana y después de encontrarla, la pidió
en matrimonio a Bartolomé San Juan a cambio de darles sustento, piensa para sí:
“Esperé treinta años a que regresaras, Susana. Esperé tenerlo todo. No
solamente algo, sino todo lo que se pudiera conseguir de modo que no nos
quedara ningún deseo, sólo el tuyo, el deseo de ti” (p. 105). Al verla de
regreso y después de tanta añoranza recuerda “Sentí que se abría el cielo. Tuve
ánimos de correr hacia ti. De rodearte de alegría. De llorar. Y lloré, Susana,
cuando supe que al fin regresarías” (p. 106).
Pero
el amor es imposible para los de la Media Luna, ni Pedro ni Susana pudieron encontrar el amor y ambos
enloquecieron de alguna manera, ella se evadió de la realidad, sufrió y sintió
el placer de los sueños con su amado Florencio, mientras que Pedro se cegó por
la ambición de tenerlo todo y finalmente tuvo que conformarse con la compañía
de una Susana San Juan a la que ya no conocía: “Pero ¿cuál era el mundo de
Susana San Juan? Ésa fue una de las cosas que Pedro Páramo nunca llegó a saber”
(p. 122), duda y asevera el narrador en esta frase.
Pedro
Páramo se conformaba con contemplar a Susana mientras se revolcaba entre las
sábanas y su cuerpo se convulsionaba por los sueños. La muerte de Susana se anunció
con el repique de las campanas de toda la comarca, pero los de Comala no
entendieron el duelo del cacique de la Media Luna y tuvieron que sentir el peso
de su venganza que los llevó al exilio y a la muerte. La tierra quedó
abandonada al igual que Pedro Páramo, quien sólo esperaba a la muerte
recordando a la única ilusión sincera y emotiva de su vida: Susana San Juan:
Fue
la última vez que te vi. Pasaste rozando con tu cuerpo las ramas del paraíso
que está en la vereda y te llevaste con tu aire sus últimas hojas. Luego
desapareciste. Te dije: "¡Regresa, Susana!" (p. 151).
Había
una luna grande en medio del mundo. Se me perdían los ojos mirándote. Los rayos
de la luna se filtraban sobre tu cara. No me cansaba de ver esa aparición que
eras tú. Suave, restregada de luna; tu boca abullonada, humedecida, irisada de
estrellas; tu cuerpo transparentándose en el agua de la noche. Susana, Susana
San Juan (p. 158).
Estos
son los pensamientos que atraviesan la mente de Pedro Páramo, el poderoso
cacique de la Media Luna que lo tenía todo, que había poseído a tantas mujeres
y engendrado a tantos hijos, pero que entregó su corazón a una que nunca le
correspondió: Susana San Juan.
El llano en llamas, recorrido por la
nostalgia de lo prometido
El llano en llamas es una serie de diecisiete cuentos,
en los que se retrata la agonía de unos personajes que mueren por el abandono
en que están sus almas y su tierra. Desde el primero que lleva por título “Nos
han dado la tierra”, el ambiente es caluroso y desesperanzado; así es descrito
por uno de los campesinos que le pregunta a sus tres compañeros: “¿Quién
diablos haría este llano tan grande? ¿Para qué nos sirve, eh?” (Rulfo, 1994, p. 10) y luego el reclamo ante el delegado que no entiende razones: “Así nos han
dado esta tierra. Y en este comal acalorado quieren que sembremos semillas de
algo, para ver si algo retoña y se levanta. Pero nada se levantará aquí” (p. 13)
y esa será la condena que sufren todos los personajes de El Llano en llamas, la calentura de los cuerpos, no sólo la física,
sino la que en algunos casos los lleva al incesto, en otros a la deslealtad
total y al penar de almas al que los condena su moral católica, a la hambruna y
la condena por ser pobres, al sufrimiento del abandono, sobre todo el del padre
hacia los hijos.
“La
cuesta de las comadres” es una historia de rivalidad entre este lugar y
Zapotlán en donde los Torricos son los protagonistas, aquí no es la
infertilidad de la tierra lo que mata a la gente, sino la crueldad de estos
caciques dueños de todo y aún después de muertos eran temidos “Y nada más por
los ladridos todos calculaban la distancia y el rumbo por dónde irían a llegar.
Entonces la gente se apuraba a esconder
otra vez sus cosas. Siempre fue así el miedo que traían los difuntos Torricos
cada vez que regresaban a la Cuesta de las Comadres” (p. 20).
“Es
que somos muy pobres” es un cuento lleno de tristeza en el que se pone en
evidencia que una mujer vale por lo que tiene, no por lo que es. Dice el
narrador, hermano de Tacha, que “Todo va de mal en peor”, primero la muerte de
Jacinta, luego la lluvia que se convierte en diluvio y arrasa con todo hasta
con Serpentina, una vaca, la dote de Tacha, la mujer más pequeña de la familia,
quien al perder su patrimonio está destinada a terminar de “piruja” como sus
hermanas. Así, su cuerpo se va desarrollando para su perdición:
La peligrosa es la que queda aquí, la Tacha, que va como palo de
ocote crece y crece y que ya tiene unos comienzos de senos que prometen ser
como los de sus hermanas: puntiagudos y altos y medio alborotados para llamar
la atención (p. 33).
…los dos pechitos de ella se mueven de arriba abajo, sin parar, como si de repente
comenzaran a hincharse para empezar a trabajar por su perdición (p. 34).
“El Hombre” la historia de alguien que huye y
el que lo persigue pero que parece que son la misma persona. Sólo los perros pueden percibir a los vivos y
a las ánimas en pena. Se dibuja un asesino que no se sabe si sufre porque mata
o la humedad de su rostro se debe al cansancio “Cuesta trabajo matar. El cuero
es correoso”(p. 38) ,otra vez escuchamos la narración a detalle de este
asesinato a sangre fría de parte de un borreguero, que ni se inmuta ni juzga,
sólo platica lo que vio, allá el lector tendrá la última palabra.
El
incesto es otra recurrencia en Rulfo y a pesar de ser un tema que moralmente
indigna y causa repulsión, la creatividad y agudeza de la pluma de Rulfo, lo
pinta tal cual, sin ningún juicio de valor. Son dos cuentos en los que se habla
de ello “En la madrugada” cuando Justo Brambila se despierta a un lado de su
sobrina Margarita: “Si el señor cura autorizara esto, yo me casaría con ella;
pero estoy seguro de que armará un escándalo si se lo pido. Dirá que es un
incesto y nos excomulgará a los dos” (p. 53) y en “Anacleto Morones” cuando Lucas Lucatero confiesa “—Adentro de la
hija de Anacleto Morones estaba el hijo de Anacleto Morones” (p. 184) ante las
señoras que buscan canonizarlo.
Otro
de los cuentos en los que sucede una cuestión moral similar, es en “Talpa”
donde Natalia y su cuñado terminan con la vida de Tanilo un enfermo que pide
que lo lleven a ver a la Virgen de Talpa para que lo cure. En el camino,
Natalia, esposa de Tanilo, y su cuñado no pueden contener las ganas y desfogan
toda su sexualidad, a pesar del nexo de sangre entre los hermanos, no pueden
esperar a que muera y ellos mismos terminan dándole el último empujoncito.
“Macario”
un ser inocente y cruel a la vez, una historia contada desde un sujeto a quien
le gusta golpear su cabeza como un tambor, vive al amparo de su madrina y de
Felipa, la mujer que lo amamanta por las noches con su leche tibia y dulce, que
lo cuida de sus miedos de ir al infierno, aunque Macario ya viva en él desde
toda la vida.
“El
llano en llamas”, cuento que titula el libro, es una crítica a los movimientos
armados en México, Rulfo no lo especifica, ni lo reduce a un tiempo y un
espacio, ahí su habilidad para disparar un tema tan local hacia el alma de
cualquier ser humano al que llegue este libro. Es un cuento en el que
participan los federales y la bola, esos que quieren hacer la Revolución con el
dinero de los ricos, que no saben la causa del levantamiento y que lo único que
buscan es el poder:
Porque, como nos dijo Pedro Zamora: “Esta revolución la vamos a
hacer con el dinero de los ricos. Ellos pagarán las armas y los gastos que
cueste esta revolución que estamos haciendo. Y aunque no tenemos por ahorita
ninguna bandera por qué pelear, debemos apurarnos a amontonar dinero, para
cuando vengan las tropas del gobierno vean que somos poderosos” (p. 88).
“¡Diles
que no me maten!” Es un cuento de amor a la vida a costa de lo que sea: del
autoexilio, de la soledad, de la huida y de la súplica más degradante que pueda
imaginarse en un hombre, encarnado en Juvencio Nava a quien fusilará el
coronel, hijo de Guadalupe Terreros. Aquí la tierra valía más que la vida.
“Luvina”
es la metáfora de la tierra muerta, la que está llena de tristeza porque se ha
quedado vacía, sólo habitada por la nostalgia de los viejos y mujeres que se
quedaron ahí abandonados con la esperanza de ver a los suyos volver.
En El llano en llamas hay quienes ya tienen
su destino marcado y la muerte les ha de llegar, pero hay otros a los que no
como el caso de Feliciano Ruelas, quien logra escapar de los federales “La
noche que lo dejaron solo”. Luego viene la evocación de Urbino Gómez, este sí estaba destinado a morir de forma
trágica y aun se halla alejado del pueblo, regresa como policía sólo para ser
ahorcado.
En
“Paso del norte” y “No oyes ladrar los perros” se presenta el conflicto entre
padres e hijos, en el primero el padre abandona a su hijo desde pequeño y nunca
le procura ayuda, ni siquiera le enseña el oficio, por lo que el hijo tiene que
probar suerte en el Norte y al regresar fracasado su padre le cobra con creces
el haber cuidado de sus nietos. Mientras que en el segundo, la responsabilidad
del padre es tal, que lleva a su hijo moribundo a cuestas a Tonaya en busca de
doctor, a pesar de haber sido un ladrón y un asesino.
No
sólo es el ambiente lo que destina a los personajes de El llano en llamas a la fatalidad, también lo es la esencia del
alma humana, que tan fácil se deja emponzoñar con el rencor y la envidia, esto
sucede “La herencia de Matilde Arcángel”, un texto en el que a pesar del
sosiego del espacio, un hombre odia a su hijo.
“El
día del derrumbe” un texto que deja en evidencia el abuso y el desinterés de
los gobernantes hacia el pueblo. Un día de duelo después de un terremoto se
convierte en la oportunidad perfecta para que el gobernador visite la zona
afectada y brinde ayuda; sin embargo, más que a ayudar van a comer, beber y
lanzar discursos como si con eso se compusiera todo, la ironía se consigue a
través de la honestidad del narrador y su ingenuidad: “La cosa es que aquello,
en lugar de ser una visita a los dolientes se convirtió en una borrachera de
las buenas” (p. 154). Hasta aquí El Llano
en llamas.
Finalmente
y para regresar al dulce sabor de boca que nos dejan las frases de amor de
Rulfo, sólo compartiré con ustedes unos fragmentos de las tantas cartas que le
escribió a Clara Aparicio, el amor de su vida y a quien dedicó además de sus
días, El Llano en llamas. Algunas de
esas cartas fueron publicadas en el libro Aire
de las colinas:
Guadalajara, octubre de 1944
Desde que te conozco, hay un eco en
cada rama que repite tu nombre; en las ramas altas, lejanas; en las ramas que
están junto a nosotros, se oye. Se respira en las hojas, se mueve como
se mueven las gotas del agua.
México,
D.F. 26 de mayo de 1947
Vinieron los años buenos en que comenzó a ver acercarse un sueño.
El mejor de todos. Grande y enormemente hermoso. Era una muchachita rete
horripilante que levantaba la ceja para mirar a los seres despreciables que
iban a su lado.
Así era desde lejos. Pero más cerca, cuando se veía todo lo que
ella era claramente, cuando uno se asomaba a sus ojos, el cariño cegaba todas
las demás cosas y uno ya jamás quería separarse de su lado.
Ese sueño que eres tú todavía dura. Durará siempre, porque siento
como que estás dentro de mi sangre y pasas por mi corazón a cada rato.
México,
D.F. a 14 de julio de 1947
Cariñito:
No creo que me quieras más que yo a ti. No puede ser. No, no
puede ser, amorosa muchachita. Dulce y tierna y adorada Clara. Yo lloro, sabes,
lloro a veces por tu amor. Y beso pedacito a pedazo cada parte de tu cara y
nunca acabo de quererte. Nunca acabaré de quererte, mayecita.
Juan, el tuyo.
Finalmente,
sólo me resta recordar un par de obras poco conocidas de Juan Rulfo: “El gallo
de oro” (ediciones Era, 1980), “Días sin
floresta” (libro de cuentos) y “La cordillera” (novela). En 1964 salió el filme
“La fórmula secreta” que tenía por nombre “Coca cola en la sangre”, bajo la
dirección de Rubén Gámez y con diálogos de Jaime Sabines. Siempre habrá algo
más que comentar sobre la obra de Rulfo, en esta ocasión nos pareció pertinente
recordar que el amor también permea las obras de este escritor.
Referencias
RULFO, J. (1994). El
llano en llamas. México: FCE.
RULFO, J. (1996). Pedro Páramo. México: FCE. http://sololiteratura.com/rul/rulcartasaclara.htm
http://www.musica.unam.mx/index.php?option=com_content&view=article&id=351%3 Amurmullos—del—pmo—a—de—julio—estrada&Itemid=180
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